Este fragmento es de un aspecto de la vida de Kuthumi como san Francisco de Asís, es de la tercera lección de las Clases de la Corona sobre Hermandad, publicado en las Perlas de Sabiduría de 1960 Vol. 3 No. 11 y en el libro Clases de la Corona de Jesús y Kuthumi.


San Francisco - Maestro Ascendido KuthumiCuando estuve encarnado como Francisco de Asís, llegué a comprender a través del estudio de los pájaros y animales que mi poder de concentración, saturado como estaba con el amor de Dios y su amor en el hombre, me induciría hacia un entendimiento de la inteligencia Divina que actúa en la naturaleza, misma que antes había ignorado tan deliberadamente.

A menudo preocupado más por la búsqueda del placer que en el fervor religioso, no había sido antes consciente del gran amor de Dios y de la alegría que ese amor podía traer, y que excede, con mucho, a cualquier fuente externa. Así mismo, en aquel tiempo, mi contemplación previa del reino de la naturaleza me había conducido a pensar en el cielo como un lugar separado de la Tierra.

Imaginad, si podéis, el júbilo de mi alma cuando descubrí que los primorosos árboles estaban dotados de seres espirituales, vigilantes angelicales de gran estatura y belleza cuyo poder gobernaba el desarrollo de la forma molecular, el diseño, el brillo de las hojas y sus propiedades curativas inherentes. Sentí la energía radiante (fuerza vital) extendiéndose de estos centinelas silenciosos arrobando el corazón -como lo hizo aquel majestuoso árbol deva que inspiró a Joyce Kilmer para escribir su sentido poema «Árboles». Descubrí también, a mi asombro, que las diminutas criaturas afelpadas del bosque tenían una inteligencia de vida propia, que reflejaba al Creador; Y vi cómo la vida en ellas respondía a la vida en mí.

¡Oh, el cielo no estaba separado de mí! Pues percibí que todas las cosas visibles, eran solo el borde del manto del cielo. ¡Tocando solo el borde físico, me hizo entero! ¿Qué sucedería cuando tocase el manto completo? Ansiaba saberlo.

Así que, con la finalidad de lograr esta meta trascendental, que creía firmemente que era alcanzable -pues sabía en mi corazón que Dios lo había ordenado- apliqué mi mente al sendero de la iluminación espiritual. Día tras día, mi mente se hacía más santa aún, a través del contacto con los reinos espirituales. Mi dedicación absoluta al sendero y mi contemplación de la santidad de toda la vida -y de la santidad de Dios que había creado todas las cosas para su deleite, incluyendo al hombre- fueron las claves para mi asimilación de esa santidad, que claramente parecía saturarme a mí mismo y a todas las cosas a mi alrededor.

Amados corazones, hay algo ajeno a la realidad en la idea de que Dios está separado y apartado de su creación. La afirmación de Dios como el Todo en Todo, no es un mero panteísmo doctrinal, es sino una verdad que no puede ser refutada.

Pues, si bien es cierto que la creación reside en Dios, también es cierto que Él está en su creación; pero es evidente que su amor, sabiduría y poder no pueden ser contenidos en ella. («He aquí el cielo y el cielo de los cielos no te pueden contener, ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?», dijo Salomón hace mucho tiempo). Además, el hecho de que la presencia Divina, el Yo Soy individualizado (y la creación macrocósmica también) es prueba del dominio con el que Dios ha dotado tan amorosamente a su Ser Real, hecho a su imagen y semejanza.

Conforme mi alma se expandía en la luz transfusora que Dios derramaba sobre mí, fui exaltado una y otra vez por su gloria expresada a través del reino de la naturaleza. Las criaturas aparentemente calladas del campo y del bosque entraron en unidad conmigo a través del amor de Dios, y entonces por fin yo también pude hablar su idioma, llamándolos «hermanos». ¡Cuánto más deberían amarse todos los niños de la luz unos a otros y hacer reverencia por la parte más pequeña de la vida (Dios)!

De todas estas experiencias trascendentales, mi alma fue movida por un gran anhelo de comunicar a otros la infinita sabiduría que Dios me otorgó. En este punto de mi despertar espiritual, descubrí que literalmente un muro de resistencia humana –bastante más denso y más alto que cualquier castillo medieval- se había erigido entre mí, mis amigos y la gente del pueblo de Asís. La mayoría de los hombres que intentaba alcanzar no podían entender mi vida, mis metas ni mis caminos elegidos por Dios, que para mí eran tan evidentes en sí mismos, tan claros de ver, tan lógicos. Para ellos me convertí en un poverello (pobrecillo, alguien que voluntariamente abraza a la madre pobreza). Fue entonces cuando me separaron abruptamente de familia, amigos y recursos.

Afortunadamente, entre mis amigos había algunos tan sinceros y devotos que continuaron orando por mí. ¡Y Dios (cuyos caminos no siempre son entendidos por los hombres) me guiñó un ojo al responder a sus oraciones a su manera -llevándome más profundamente a su propio corazón y abrazándome aun cuando ellos asiduamente pidieron mi regreso al trillado sendero ortodoxo! Así pues, no sufrí desilusión por la pérdida de mis amigos, ni volví a las vanidades del mundo material. Más, acercándome siempre cada vez más a Dios hasta convertirme en un poverello divino, atraje en torno a mí a los de afinidad de espíritu, aquellos de misma mente y sabiduría, y con ellos formé mi sagrada orden de hermanos franciscanos.

He traído a colocación brevemente parte de mis experiencias terrenales a fin de que no estéis excesivamente preocupados por aquellos que parecen desinteresados o que carecen de humildad cuando tratáis de exponer ante ellos desde vuestros corazones puros, el conocimiento de las leyes de Dios.
Recordad que el Padre intentó durante mucho tiempo de llegar a vosotros para daros todo su amor, y a su debido tiempo os tomó de entre las multitudes para acercaros más a su propio corazón y a su hermandad de Luz.

Emplead vuestras energías, como lo hicimos nosotros, en la corrección interna y la autoinstrucción, prestando especial atención a nuestros preceptos actuales son como maná para vuestras almas-hasta que, como un gran órgano de timbre y diapasón expansivos, os manifestéis como el instrumento perfecto para que a través de vosotros el Uno Divino pueda tocar esas exquisitas armonías de luz curativa y tono reconfortante, revelando a todos, a través de un ejemplo más perfecto, la eficacia de la gracia del cielo.

Conforme elevéis la Presencia de Dios «YO SOY» en vosotros mismos, la Presencia atraerá a todos los hombres, a su Luz más grande. Tened en mente, como ha dicho el amado Morya, que somos una hermandad recta; ¡y no os canséis de hacer el bien!

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